Un mundo de mujeres filmado con rigor y con una especial sensibilidad por el talentoso director Mariano Luque responsable también del guión. Su apuesta es de riesgo, estas mujeres, relacionadas entre si están en distintos momentos de sus vidas, nada extraordinario les sucede, o todo les sucede. Ahí esta la mirada atenta, las historias laterales, los encuentros, las caminatas en la noche, de regreso de un trabajo obligado, o de necesidad de cansarse y mitigar la falta de sueño, el mordisco de la soledad, el dolor de querer comunicarse y no poder. Una mujer se acaba de separar y con su pequeña hija regresa a vivir a la casa materna, con esa madre, una hermana, la abuela, pero cerca también esta la tía, la sobrina. Las miradas y las esperas. Los hombres casi no habitan la película. Los momentos de cansancio. Los ratos de juego. La pausa del cigarrillo o el mate y las tostadas. En ese mundo hay solidaridad, pero también demandas. Y alguna esperanza en un nuevo amor. Todas, cuando caen la trivialidades de la conversación, cuando se quedan en silencio, están sin disfraz frente a la cámara que capta en esas miradas todo un mundo interior que apenas se asoma a los rostros sin sonrisas, a los ojos húmedos, a los gestos que quedan en el aire, en ansia que no se satisface, la vida desnuda que pasa rápida y lenta, pero de manera inexorable. El mérito de un director de meterse hondo en esos momentos femeninos únicos, breves e irrepetibles.