La película dirigida por Kathryn Bigelow, con guión de Mark Boal (el mismo dúo creativo de “Vivir al límite” y “La zona más oscura”) se centra en los disturbios raciales que ocurrieron en Detroit en l967. En realidad es un film divido en tres actos. El primero que explica desde la historia las migraciones de afroamericanos a las grandes ciudades y luego con un lenguaje casi de documental, con esa pericia de la que la directora hace gala, para mostrar las calles calientes del conflicto. La chispa que desato la violencia latente, los impresionantes disturbios que duraron cuatro días con un saldo de 43 muertos. Y de que manera las autoridades, la policía, el poder en manos de los blancos actuaron frente a ese desborde de violencia. En especial un policía que mata a un afroamericano por la espalda, que es advertido por su superior que enfrentará cargos de asesinato y no obstante lo deja volver a las calles y será el mas terrible protagonista del segundo acto. Esa parte de la película, la central, la que dura casi una hora, reconstruye (según el testimonio de testigos y sobrevivientes) lo que ocurrió en el hotel “Algiers” donde nueve muchachos negros y dos chicas blancas fueron secuestrados y torturados, tres de ellos asesinados, por ese policía psicópata, sádico, racista en estado puro, secundado con distintos grados de maldad por dos compañeros. Lo que hace la Bigelow es meternos de lleno en ese horror, ser espectadores partícipes de esas largas escenas de brutalidad, mostradas en tanto detalle, en tal extensión que es por momentos insoportable. Es como si los responsables del film quisieran asegurarse de no permitir la indiferencia ante un odio racial que sigue vigente hasta nuestros días y que como lo muestra la última parte más convencional y rápida, gozó y aun goza de una impunidad mucho más escalofriante. Esa exageración, esa necesidad de ser tan obvios es lo que mas atenta contra la calidad del film, que desde el punto de vista técnico siempre es impecable. Fuerte, revulsivo, destinado a la polémica, olvidado por los Oscar, es también un potente alegato.