LA VOZ DEL SILENCIO

O la voz de los que carecen de ella, envueltos por una gran ciudad que los cobija y los engulle, en este caso San Pablo. Esos seres anónimos que luchan por sobrevivir aun en circunstancias por demás adversas, con familias que apenas pueden preservar sus vínculos, cada uno con sus soledades, dolores, frustraciones y apenas algún gesto solidario, o un lazo afectivo que resiste los peores embates. Son nueve las historias de este film coral, que el director y guionista André Ristum muestra en largos planos secuencias para poner de manifiesto la realidad inapelable en la que viven. Una cantante y bailarina de caño, una madre alcohólica y malvada, un hijo telemarketero que sostiene una fantasía, una vendedora y su hijo presionada un padre con problemas de salud, un portero y cocinero, empleadores abusivos y perversos. Una sociedad indiferente, martillada desde los medios por mensajes evangélicos constantes y un eclipse de luna. El marco para que se definan vidas. Ese entorno es mostrado por el director, con un clima nocturno y fantasmal que podría ser de cualquier ciudad grande. Y lo que le ocurre a cada personaje bien construido se filtra en detalles, confesiones, gestos mínimos, secretos demasiado guardados. Un mosaico de seres que nunca necesitan de la explosión emotiva ni del golpe bajo para llegar a emocionarnos legítimamente. Grandes actuaciones, y una intriga que se produce en cada entre cruzamiento de historia para terminar de amar un rompecabezas bien diseñado y mejor filmado.


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