Esta vez Drácula y su banda de monstruos aceptan irse de vacaciones en un crucero que parece el Titanic, que sale del triángulo de las Bermudas y tiene como destino la Atlántida. La hija del conde confunde soledad extrema con estrés y por eso sueña con disfrutar de unas vacaciones en familia. El tema es que la capitana del trasatlántico es la bisnieta de Van Helsing, el archienemigo que sobrevivió con su cabeza en una máquina, le inculcó a la rubia en cuestión el odio letal contra Drac y sus amigos. Por eso mientras ella trata de matarlo, en contra del consejo de su bisabuelo que busca un arma para la solución final que aniquilará a “esas bestias”, ella cae enamorada del solitario personaje y el famosos “clic” es mutuo y se supone que infalible, aunque tarden en darse cuenta. La peli con sus queribles personajes tarda un poco en encontrar su ritmo y se hace un poco larga, hasta que en la segunda mitad cobra impulso y recupera ese encanto que suele ser garantía de éxito de la saga. Toda la secuencia del monstruo despertado para aniquilar a los enemigos de Van Helsing es un verdadero hallazgo. Y por más que esa noción del amor como encuentro único y de una vez en la vida, o a lo sumo dos, cuando uno de los dos ya no está, es un concepto discutible. Pero que monstruos y humanos debemos convivir porque somos lo mismo es un poderoso mensaje de integración que es bienvenido.