ALADDIN

Con humanos y con un despliegue de color y escenografía para hacer caer la mandíbula, esta versión de Aladdin avanza como una nueva estrategia de integración, corrección política, empoderamiento de las heroínas y el uso del exotismo para explotar lo recargado de dorado y el color que uno puede imaginar en una producción hollywoodense de antaño sobre Arabia. La historia del ladrón callejero que se enamora de una princesa sin saberlo y cuando lo descubre se resigna a perderla hasta que encuentra esa lámpara y a su genio único para cumplir sus deseos. Lo mejor del film tiene que ver con ese poderoso Will Smith. Es el que le aporta el ingenio, el humor, los efectos más divertidos lo tienen como protagonista, su transformación a la criatura azul es un hallazgo, pero además participa de la acción, baila y canta. Nadie mejor que él. Lo demás es despliegue vistoso y barroco, una historia que por momentos empalaga, demasiado romántica y unos discursos para las protagonista femeninas muy a tono con el tiempo actual. Las princesas pasivas y dolientes esperando que las libere su enamorado ya pasaron definitivamente a la historia. Cuando el ladronzuelo le pide al mago transformarse en príncipe, todo lo que sucede en pantalla es la parafernalia de la vieja escuela multiplicada, como en los musicales históricos, que fascinaron a generaciones en el pasado y que llenaran de nostalgia a los adultos y sorprenderán a nuevos públicos. Cundo el visir se apodera de la lámpara todo lo vistoso será oscuro pero siempre grandilocuente. Un poco excesiva la duración, pero el entretenimiento funciona muy bien.


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