Lejos ya definitivamente del estilo de comedia alocada y audaz, de sus historias de pasión arrancadas del bolero, que tomo su apellido como estilo, este film de Almodovar, cerca del drama y lo confesional es profundo y conmovedor. El mismo se ha encargado de contar que es su film más autobiográfico pero también que su pudor no le permite el total apego a su vida, que luego de comenzar con su mundo íntimo dejo volar su imaginación. Quizás por eso esta película se siente tan hondamente cercana a su íntimo mundo creativo, abismalmente crudo en cuanto a sus dolores físicos, confidente al máximo. Y además eligió al mejor alter ego, a un Antonio Banderas que imita con delicadeza sus gestos, su peinado, su estilo para expresar, quizás en su mejor trabajo profesional, por el que ganó el premio al mejor actor en el último festival de Cannes. A ese hombre bloqueado en su trabajo, demasiado pendiente de sus problemas de salud, que descubre nuevas adicciones, la vida le reserva sorpresas: comprobar que sus films envejecen bien, reconciliarse con su madre, por no ser el hijo que ella esperaba que fuera, reencontrarse con quienes tanto influyeron en su vida lejos de enojos y dolores, cerrar una historia antigua, reencontrarse con la creación. Esos son los temas que aborda este director tan personal, que homenajea Lucrecia Martel y a Mina, a Marilyn y Chávela Vargas siempre. Pero además demuestra su solidez como autor y director, y se permite algunas genialidades. Como mostrar el despertar del deseo de manera tan intensa, el que conoce sus leyes. O con una escena final sencillamente única y significativa que puede permitirle negar todo en su precioso artificio o entregarse por completo en un juego que se llama cine y vida, mezclado definitivamente, por un participante experto. No se pierda esta película.