Es la opera prima del realizador chileno Felipe Ríos, con un guión que coescribió con el argentino Alejandro Fadel (“Muere, monstruo, muere”). Es una historia que toma el tramo final de un camionero obligado a jubilarse por su salud resentida, en un último viaje por el sur de Chile, que lo lleva a reencontrarse con su hija y la posibilidad abierta de reparar o saldar todo lo pendiente de su vida. Con una realización de impecable factura técnica, con el pulso necesario para reflejar que le ocurre a estos hombres que se definen como camioneros, imposibilitados por oficio o elección, de llevar adelante una vida familiar que solo se alimenta de ausencias, gente curtida en códigos y saberes prácticos, que construyen su propia leyenda. Entre ese padre y su hija boxeadora el silencio es perforado por ciertas ternuras y confesiones nunca demasiado emotivas ni explicativas. Quizás tengan oportunidad. Un futuro un poco más reparador para tanta soledad, para sus vidas en crisis. Con la actuación certera de Antonia Giesen premiada en Karlovy Vary, Jose Soza y Roberto Farías. Película de caminos, de reflexión sobre el paso del tiempo, ese tironeo constante de recuerdos y expectativas que nos impiden en aquí y ahora. Las emociones humanas en primer plano, con gestos mínimos de rostros tan personales como poco demostrativos, revelados en los detalles, mas importantes que las palabras.