El film de Elia Suleiman es una mirada sobre un mundo globalizado donde las armas, el control policial, la vigilancia, las persecuciones, la soledad, la incomprensión se perciben claramente y no solo en supuestas zonas de conflicto. El director palestino, nacido en Nazareth, ciudadano israelí, residente en Paris tiene una mirada aparentemente ingenua, disfrazada de humor y absurdo pero siempre inteligente, talentosa y profunda. Por supuesto que el ser “palestino” ya es una curiosidad del mundo hacia él, y el sueño de un estado propio le es presagiado en una consulta de tarot: “será una realidad pero él no llegará a verlo”, el deseo de una profecía, la añoranza de un paraíso propio. La radiografía de un sueño y una aspiración a la que no renuncia. Su mirada de Nazareth tiene que ver con vecinos enloquecidos, ladrones, bondades y violencia, policías banales llevando a una jovencita con los ojos vendados. No necesita nada más para revelar su pensamiento. Y en Paris y Nueva York, esa pasividad aparente que muchos comparan con Jacques Tati , o con Buster Keaton, nos hace ver ciudadanos armados hasta los dientes, policías haciendo coreografías pero siempre amenazantes o corriendo a una adolescente vestida de ángel con la bandera palestina pintada sobre sus pechos desnudos. Desfiles militares sin público, calles desiertas, un mundo universalmente amenazador que muchos prefieren ignorar bailando frenéticamente. Filmada con planos precisos que ubican al protagonista y director como un espectador en el centro de la escena, mostrando esplendores, humor, y una mirada crítica única. Disfrutable en cada detalle, en cada chispazo de crítico y gracioso, en cada melancolía instalada.
DE REPENTE, EL PARAISO
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