CORSARIO

Cada vez que Raúl Perrone estrena una película la comunidad cinéfila está expectante. En este caso el cineasta, símbolo del cine independiente, creador de su propio decálogo, protagonista de una leyenda que cada vez crece más, nos interna en un homenaje, en una travesía particular. Admirador de Pier Paolo Passolini y su cine, consigue revivirlo en su mítica Ituzaingó , pero no es un fantasma. Es un ser inquieto, que recita un poema de Verlaine y que se ve, se lo siente más vital que nunca, plantándose en su deseo y en sus convicciones. Filmada con una cámara estenopeica, que nos separa de la sofisticación  y es casi un homenaje a los comienzos del cine, que nos regala imágenes en blanco y negro y en color destinadas a mostrar flores, figuras en el cielo y composiciones a lo Caravaggio. Con fuera de foco, manchas, una textura única, una experimentación, un efecto  para meternos en el ensueño y en la potencia de un director, el homenajeado y el realizador, que gusta de mostrarse siempre experimental, arriesgado, minimalista y único.

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