Toda la experiencia de sumergirse en un nuevo film de Wes Anderson es para sus admiradores siempre gratificante y para sus detractores un fastidio sin límites. Si uno trata de transitar un camino del medio, siempre reconocerá como único su mundo creativo, con elementos artesanales impecables, con sus técnicas de miniaturas y decorados, en este caso como si fuera la ilusión de una animación en su parte de color, y esa costumbre de crear mundos dentro de otros mundos, como en un juego de cajas chinas fascinante. Para el creador de maravillas como “La crónica francesa” o “Los excéntricos Tenembaun” este parece un film un poco más gélido donde los sentimientos quedan inmersos en este majestuoso rompecabezas sin terminar de emerger. En su argumento vemos una suerte de documental sobre el teatro neoyorkino de los años cincuenta con el discurso del método incluido, que encierra la historia colorida que le da título a la película. En ese lugar fascinante de 87 habitantes, con un cráter inmenso provocado por un meteorito, que es “invadido” por un grupo de chicos inventores que serán distinguidos, todo es posible: la historia de una familia sufriente, la conexión entre el viudo y una estrella, una maestra con limitaciones y muchas sub tramas más. Pero con espacio para los dardos irónicos sobre una doble y torpe cuarentena militar, pruebas atómicas frecuentes, la visita de un extraterrestre y por sobre todo un elenco que reúne a más de veinte estrellas. A muchos de ellos con apariciones casi de “cameo” pero que mueren por estar en la última de este director.
ASTEROY CITY
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