Coronada en la última entrega de los premios Goya con nueve estatuillas, y en los rubros notables, el filme dirigido por Rodrigo Sorogoyen, con libro del director e Isabel Peña nos instala de golpe, y para no soltarnos hasta el final, en un escenario rural donde se cocina lenta pero irremediablemente la violencia, con un suspenso que por momentos resulta difícil de soportar. Basado en un hecho real, la película que comienza con una escena fuerte para nada gratuita, nos presenta desde el vamos una hostilidad creciente hacia una pareja de franceses, cultos, que viven en una pequeña aldea gallega, cultivan con métodos ecológicos, reconstruyen casas y las regalan. Son, para sus vecinos, y otros pobladores, los intrusos, los que eligieron retirarse y disfrutar del lugar, justo donde los lugareños están condenados a vivir. De ahí a cargarlos con todas sus frustraciones e ignorantes desprecios hay un paso. Y una decisión sobre torres eólicas, la chispa que enciende la tragedia. Es un enfrentamiento de hombres, pero será también la lucha silenciosa, la entereza, la resistencia y la búsqueda de la verdad de una mujer la que redondeará un film notable, realizado con grandes aportes técnicos y enormes actuaciones individuales. Es una película intensa y extensa, que pone sobre la mesa herencias ancestrales, mandatos, mediocridades, todo lo bestial que cada uno oculta con ropajes culturales.