Como pasa con todas las biografías, y más cuando cuentan con el apoyo de la familia, hay algo en ellas, con raras excepciones, que se queda en lo descriptivo, en el lugar común, en lo convencional. Esta película dirigida por Sam Taylor-Johnson, con el guión de Matt Greenhalgh se salva por dos elecciones acertadas. La historia se cuenta a través de las canciones tan personales y sinceras de Amy Winehouse, con acento en esos primeros pasos en que quería comerse al mundo y la otra por el trabajo conmovedor y talentoso de Marisa Abela. La protagonista le atorga a su laboro todo lo magnético, enérgico y frágil que tenía Winehouse, en un trabajo que traspasa lo prolijo y cauto de la realización. Su voz es admirable, con un entrenamiento que es fácil imaginar obsesivo y comprometido. Pero ella suena como Amy, acompañada con sus músicos y alguna ayudita técnica que se intuye. El documental de Asif Kapadia es mucho más profundo, sin dudas, pero esta película por Abela logra proyectar la esencia de esta cantante única que pertenece al club de los que se fueron demasiado jóvenes. El papa y el esposa la sacan barata, es fácil imaginar que no todo es lo que se cuenta. Pero igual el film vale la pena