Es un film inspirado en los famosos libros infantiles de Alan Alexander Milne, publicados en l924 y adaptadas en animaciones por Disney. Pero en esta película con el famoso osito Winnie the Pooh se comienza con la despedida del niño del título, que se juramente seguir fiel al ocio pero que se separa de su juguete de peluche y el resto de sus muñecos en el “bosque de los 100 acres” para comenzar su vida de adulto en un internado. Luego le tocará la guerra y finalmente se convertirá en un obsesivo del trabajo que descuida a su familia. Para el argumento se reunieron tres guionistas Alex Ross Perry, Tom McCarthy y Allison Schroeder que cumplen con la filosofía Disney, donde ese padre que no se ocupa de los seres más importantes de su vida recibe una lección que le brindan sus juguetes abandonados, que vuelven a cobrar vida para darle una lección. El director, Marc Forster, el mismo de la inspirada “Buscando a Neverland”, no encuentra aquí la manera de sostener una magia que solo es efectiva hacia la segunda mitad de la película. No lo ayuda que el protagonista sea un adulto que encarna Ewan McGregor con exasperación y nervio sin encanto, y lo mismo ocurre con los juguetes animados cuya principal atracción está en las voces, más que en efectos de animación, y solo lo apreciaran quienes se criaron con Pooh y la vean sin doblaje. La película toma brío de viejas películas cómicas en la última parte, cuando los animales irrumpen en la ciudad, el osito hace de las suyas y obliga a su antiguo dueño a redescubrir lo que perdió cuando creció: jugar, divertirse, y hasta encontrar una solución para no tener que despedir gente en su trabajo. Toda la ideología de respetar los tiempos de juego y ocio son mas que valiosas para un entretenimiento módico.