Es una biopic tradicional de Gus Van Sant, pero también imprescindible. Porque es la historia de humorista e ilustrador gráfico John Callahan, dueño de un humor vitriólico, irreverente, a años luz de los políticamente correcto. Este talento a los 21 años, tuvo un accidente que lo dejo con lesiones en la medula espinal y paralizado desde el diafragma para abajo. Ya era un alcohólico de alta graduación desde sus 13 años y después de su accidente, empezó a dibujar con los pocos músculos que le respondían. Su éxito comenzó desde Portland hasta llegar a nivel nacional. El guión de Van Sant abreva en ese humor grafico genial, y nos muestra desde su rehabilitación con un excéntrico gurú, el encuentro del amor, y la intensa, difícil, larga tarea de reconocer el porque de su adicción y el camino para mantenerse sobrio. La película camina por la comedia alocada, la densidad oscura de esa personalidad, sin caer en el lugar común lacrimógeno y logra en momentos culmines una emotividad sincera y profunda. Todo el film habla desde la comprensión y la piedad, el respeto a un espíritu zumbón y cruel que permite el respiro al espectador. Joaquín Phoenix se sumerge en ese personaje y se pone el film sobre sus espaldas, Jonah Hill esta perfecto e irreconocible, Rooney Mara el amor de Callahan, Jack Black y un elenco maravilloso. El contrapunto de Phoenix y Hill tiene tramos realmente profundos e inolvidables. Se habla del humor, del talento, del poder curativo del arte, de la comprensión de tocar fondo y la decisión de luchar contra una adicción, del perdón en toda la dimensión de la palabra. Hay que verla. En el final de la película se rinde homenaje a Robin Willams que soñó con hacer este personaje, compró los derechos y contacto al director, sin poder concretar su sueño.