Una película que renuncia de antemano a todas las biografías tradicionales que se hicieron sobre ese genio de la pintura que es Vincent Van Gogh. Lo que hace el director y también pintor Julian Schnabel es arriesgar una teoría sobre el arte e intentar meterse en la cabeza de un hombre talentoso, que la leyenda quiso etiquetar en la anécdota de su oreja cortada y su suicidio, algo ya descartado en la actualidad. Para el realizador, basándose en las también legendarias cartas del holandés, el grado de locura es aceptado, pero también esa plenitud, esa conciencia de su talento en el momento de crear, esa certidumbre de la posteridad más que de un reconocimiento futuro. No es como aseguró el director una “biografía” forense, sino una experiencia inmersiva que puede resultar exagerada, desagradable, provocar mareos en el espectador. Sin embargo no deja de ser una aproximación extremadamente jugada y creativa como elección. Además de tratamiento del color, de la recreación de algunos de su cuadros más famosos a cargo del director, lo mejor del film es la actuación conmovedora de Daniel Dafoe que fue nominado por primera vez al Oscar por este trabajo, mucho más profundo y sensible que el que realizo el ganador en “Bohemian Rapsody. Dafoe hasta aprendió a pintar por exigencias del realizador y su entrega es total y conmovedora. Igual que las actuaciones de Oscar Isaacs (hace de Paul Gauguin) y de
“Tal vez Dios me hizo pintor para las personas que todavía no están aquí” dicen en una línea de guión que remarca un egocentrismo difícil de creer. Un rasgo de un hombre racional que para la sociedad era un loco. Un film provocador que interpela al espectador y lo desafía. (G.M.)