Como director y guionista Ari Aster irrumpió en el mundo de las películas de terror y posesiones con la impresionante “El legado del diablo”. Aquí, dobla o triplica la apuesta. Muestra el horror, lo innombrable, lo que nos atemoriza hasta el paroxismo, a plena luz del día, con un sol que lacera en un ambiente lleno de flores, ropas claras, en el esplendor de una naturaleza que se transforma en siniestra ante nuestros ojos, en una lenta cocción que le lleva dos horas y media de intensidad y crueldad. El film comienza con los conflictos de una joven pareja. La chica que se inserta en un viaje a Suecia con un novio un tanto reacio, y un grupo de amigos que imaginaba una travesía de hombres solos. La protagonista femenina, con un drama familiar propio, se aferra a esa relación. Todos llegan a ese lugar rural sueco y son recibidos con exageradas muestras de familiaridad a un festejo del solsticio, con costumbres antiguas y ritos. Todo lo que ocurre en esa comunidad prolija, con mesas comunitarias y armonía comienza a espesarse hasta lo insoportable. Cada rito que apunta hacia la pureza, la celebración de la naturaleza y la perpetuidad de la comunidad tiene sus costos terribles. Y el grupo de visita asistirá con creciente desesperación a cada vuelta de tuerca de un argumento construido con precisión y una alta cuota de ferocidad. Para el novio la promesa del deseo de las mujeres lo llevará un extremo insospechado. Para la protagonista, una excelente Florence Pugh, un reinado de flores, una coronación y bailes encantadores que derivan hacia lo innombrable. Aster con sus planos abiertos, sus travellings laterales y una fotografía que resalta la belleza de tal manera que resulta nauseabunda, logra un film difícil de sobrellevar y atractivo al mismo tiempo. Con la seducción del abismo