Las normas no escritas de una casa tomada obligan al protagonista a sobrevivir hasta el borde del precipicio existencial. Una muestra de un mundo sin ley, sin solidaridad, con el imperio del sálvese quien pueda. Una metáfora sobre una realidad que vemos a diario, pero que también funciona como laboratorio del comportamiento humano. La hermana del protagonista cuenta cómo consiguió ese casita desde hace seis años: Esperaron con su pareja y su bebe viviendo en un auto la oportunidad soñada. Un judío ortodoxo cometa el error de salir a la calle y entonces entraron ellos, los okupas, con su nena en brazos, dispuestos a quedarse cueste lo que cueste. Como ella debe viajar, esa casa no puede quedar vacía, su hermano debe suplantarla y nunca jamás salir a la calle. Porque otros podrían desalojarlos. Comienza entonces un encierro voluntario con hostilidades, amigos y enemigos desfilando en su pequeño mundo, aprovechadores varios, amenazas con armas, cortes de la luz y el agua. Tratan de destruirlo pero el resistirá con el mandato de la especie. Una reflexión de Walter Tejblum, el realizador, muy lograda, sobre libro de Federico Viescas, con personajes que pueden ser reales o imaginarios mas una intervención bíblica. Sergio Surraco se luce en una interpretación que va desde la fuerza bruta a la vulnerabilidad, con todos sus matices, un gran trabajo.