Cuando al director Gianfranco Rossi el dieron el Oso de Oro en Berlín, la presidenta del jurado Meryl Streep aseguró que el realizador había reformulado en concepto de “documental” Y cuando vean la película, comprenderán porque. Transcurre en Lampedusa, la isla más meridional de Italia, más cercana a África que al propio continente. Y ahí muestra por un lado la vida de un chico preadolescente, sus dudas, sus juegos, su familia, su deber ser marinero, y por el otro el fenómeno de inmigrantes ilegales. Es que desde 1990 es masiva la afluencia de refugiados de distinto origen que llegan en oleadas a Lampedusa, muchísimos mueren en el intento. Pero estos refugiados son llevados a un centro de detención, por poco tiempo y no interactúan nunca con la población local. Pocos testimonios reveladores, como el del medico del niño y de los inmigrantes, o el comentario de una abuela cuando se entera de un hundimiento por la radio. O el dolor de los recién llegados. Pero lo que tiene el director es una mirada profunda, llena de piedad hacia todos esos seres humanos que se arriesgan por un sueño. Esa piedad en el sentido bíblico, hecha de bondad compasiva, fraterna, imitación de la bondad de Dios. Y en esa visión se resume toda esa tragedia humana. De visión imprescindible.
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