Corre el final de 1940, cuando Francia y Bélgica están a punto de rendirse ante el poder nazi y el primer ministro británico renuncia (enfermo y sin apoyo de su propio partido) y en su lugar asume Winston Churchill que a sus 66 años, deseoso de un puesto que codició, deberá decidir si negocia con los nazis, vía Mussolini, como lo quieren en su partido y hasta el mismo rey, o sigue su instinto con respecto a Hitler. En el film de Joe Wright (“Orgullo y prejuicio”, “Anna Karenina”) con guión de Anthony McCarten (“La teoría del todo”) muestran a Churchill dudando hasta último minuto sobre las decisiones fundamentales que debe tomar. Presionado hasta último momento para utilizar la vía diplomática para salvar vidas pero con el olfato que le indica lo contrario. Ese hombre a veces perdido en el laberinto del poder, en su dormitorio, en su casa, en sus oficinas subterráneas, debe luchar contra los enjuagues políticos que muchas veces definen los destinos de una nación antes que nociones tan abstractas como patriotismo o convicciones. Eso es lo mas logrado del film, esas dudas, marchas y contramarchas, conversaciones con aliados, y el desastre inminente que indica que pueden quedarse sin barcos y sin ejercito si los soldados acorraladas en Dunkerque son masacrados. Y con una invasión inminente. Fascinante manejo de cámaras en lugares oscuros y brumosos, y con actor excepcional como Gary Oldman en su composición exacta, única, detallista, en lo físico, en la voz tan particular de Churchill, en la comprensión de su psicología. Seguramente gane el Oscar este gran actor. El film tiene un solo paso en falso que se acerca a la demagogia, y ocurre en un subte, con un primer ministro que interroga a los pasajeros que le dan una lección de patriotismo. Fuera de eso construye con justeza esas horas oscuras que definieron un camino de la historia y hasta el destino de todos nosotros.