Una película que se presenta con el lenguaje y los recursos repetidos del cine de terror pero que desaprovecha algunas ideas originales del guión. Con libro de Andrew Wang, el director Eduardo Rodríguez prefiere ir a los seguro y nos mantiene durante toda la película alternando escenas reales, con escenas de sueños que se presentan una y otra vez para mostrar cuanto de susto y sobresalto puede tener una casa que habita una mujer viuda, con un pasado que se devela de a poco, que ha recuperado la tenencia de su hija. Ella no tiene más remedio que ir a vivir a esa mansión enorme y “ruidosa”, con recuerdos tormentosos y las presencias a las que alude. Es una rueda repetitiva entre los traumas de la adulta y los miedos de la pequeña con casi ninguna comunicación entre ellas. Hacia el final una vuelta de tuerca que no contaremos nos hace caer en la cuenta que el director exploto poco algunas aristas interesantes.
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