LICORICE PIZZA

Termina el film y uno se queda con la sonrisa colgada en el rostro, por lo gozoso de su visión y la ligera tristeza porque la película terminó. Seguro le va a pasar. Paul Thomas Anderson, el mismo de “Petróleo sangriento”, “The master”, “El hilo fantasma”, Boogie Nights, nos transporta a un momento de nuestras vidas en que uno cree que todo es posible, pero sufre por demás, se ilusiona y se quiebra, pero mantiene sus creencias. Como si se tratara de anécdotas contadas al azar, con una frescura y  una fluidez únicas, la película nos lleva a un lugar de felicidad, aunque no tiene nada de ingenua, pero si mucho de hipnótica. Con una pareja central formada por un chico de 15, que sabe lo que quiere, es un actor infantil, un emprendedor, que se enamora de una mujer de 25, una chica desencantada, sorprendida por el empuje del adolescente. Es una película que refleja el camino del crecimiento, el famoso “coming of age”, la maduración. Pero lo encantador también está dado porque la mas desorientada con su destino es la chica grande y el más seguro de sus objetivos el pibe. Y el enorme atractivo fue la sabiduría de darle sus protagónicos a gente sin experiencia previa: El es Cooper Hoffman (el hijo de Phillip Seymour Hoffman) y ella Alana Haim, guitarrita del grupo Haim que tiene con sus hermanas, toda su familia actúa en el film, que forman una dupla irresistible. Y entre los dos lo mas jocosas situaciones, las situaciones más delirantes, las apariciones menos esperadas (Sean Penn como William Holden, Christine Ebersole como Lucille Ball, Bradley Cooper como  Jon Peters), las experiencias hilarantes que pueden terminar en cualquier cosa. No faltan ni las referencias históricas, ni la mejor música como marco para esa historia de amor imposible que comienza a florecer después de tantos problemas. Un viaje al placer cinematográfico.


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