VIRUS 32

Una vez más el director Gustavo Hernández (“La casa muda” y “No dormirás”) pone en funcionamiento su talento, su dominio técnico, su gran capacidad para mantener el relato en un lugar cerrado, y manejar un suspenso que nunca decae. Aquí tiene como escenario un club (El Neptuno) en Montevideo, una ciudad durante una noche apocalíptica, donde irrumpen los zombies  con su inapelable agresividad. Ese escenario de canchas vacías, pileta de natación, oficinas, calderas, un laberinto que uno imagina lleno de vida diurna, esa noche es un elemento más para lo escalofriante. En especial porque para hacer frente a tanta locura asesina solo hay una mujer como vigiladora, que  tuvo que llevar a su niña al lugar de trabajo. El título hace alusión a los segundos en que quedan en calma, paralizados, los infectados, antes de reanudar los ataques. Una persecución llena de ideas, de variantes visuales, de efectos  de luz y sonido, que unido a cada toma estudiada y precisa, redondea una tensión que en algunas escenas, que no contaremos, llegan al límite de lo soportable. Dentro del subgénero de zombies, estos son inteligentes, deciden, se manejan en grupos organizados para que todo sea más temible. El director y Juma Fodde delinearon un guión preciso. El trabajo protagónico de Paula Silva es notable, porque también se abordan sus conflictos de madre abandónica y sus terribles conflictos. Daniel Hendler aparece en la mitad de la película en momentos impresionantes.


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