Nicolás Goldbart es uno de los mejores montajistas argentinos, que por fin realizó su segunda película como director de cine, después de ”Fase 7”. Aquí también escribió el guión con una gran riqueza de referencias al mundo del cine, con la intención expresa de que sus protagonistas (Daniel Hendler y Alan Sabbagh) sean una suerte de Terence Hill y Bud Spencer, en una trama que es “una ventana indiscreta invertida, donde el punto de vista es la del perseguido y no la del espiado”. Esa pareja-despareja que junta a dos marginales del mundo del cine que no logran concretar sus proyectos, y que una vez que abren la puerta a la paranoia ya no pueden salir de un mundo delirante, violento, y sangriento. Un click en la computadora desata para el personaje de Hendler el infierno tan temido. El, desocupado indolente, despreciado por su esposa y su hija, comienza un camino absurdo y trágico de chantajes y espionajes, inquietantes pero berretas. Recurre a su amigo, con quien acaba de pelearse, encarnado por Sabbagh, que solo conoce el lenguaje de las trompadas y gatilla odio acumulado por los poros. Asi se activa esta bomba entretenida y trepidante con climas de películas de clase B, donde abundan los nerds que suelen hacer pensar que todo se trata de una gran equivocación de la que no pueden zafar. Las referencias a películas, series, novelas, comics están a la orden del día. Y en el medio de tanto delirio la noción de “el doble” que juzga sin piedad en sus pocas apariciones. El equipo se completa con un muy buen trabajo de Gastón Cocchiarale, Federico Noya y una actuación especial y llamativa de Esteban Lamothe. Un mundo de hombres golpeados, humillados, vengativos que solo saben huir hacia adelante para deleite del espectador.