La película se inicia con una visión romántica, impregnada de deseo, de una pareja grande, gozando de un momento paradisíaco, en el mar, intensamente enamorados. Y casi de inmediato, cuando esas vacaciones se terminan, el encanto aun subyace en una Paris invernal, que los trae a una realidad insospechada. El pasado irrumpe tajeando, desgarrando todo lo tienen, una relación en la que pueden decirse todo a la cara, que es el centro de sus vidas. Diez años después de un vínculo amorosamente construido, un ex amante hace su aparición y lo trastoca todo, los sumerge en un caos del cual nadie saldrá indemne. Pocas veces en el cine se vive con tanta intensidad y verdad incómoda y lacerante lo que sucede cuando aflora el deseo y la pasión desatados, en gente que pasó lo cincuenta. Y ahí está Juliette Binoche que pierde el control, que manipula a su ex amante y a su actual pareja con argumentos y situaciones tan intensas que son dolorosas de ver, pero que trata de ser sincera con si misma, la cámara la sigue, pero nunca la juzga. Vincent Lindon magnífico, el hombre con un pasado en la cárcel del que nada conocemos, con un hijo adolescente, con una oferta de trabajo que lo tienta que lo vuelve a la vida a un costo muy alto. Sus escenas donde pelea y se contiene con su masculinidad herida y sus sentimientos rotos son impresionantes. Y el tercero en discordia encarnado por Grégorie Colin un manipulador, quizás guiado por la venganza, astuto destructor y seductor. Impecables actores. La directora se ganó el premio máximo en Berlin y colaboró con el guión de Christine Angot en este melodrama áspero sin sentimentalismos.