Una ficción de la directora Carla Simón que se muestra como un documental, con actores no profesionales. Es el retrato veraniego y final de un estilo de vida condenado a cambiar. En la población del título un núcleo familiar se enfrenta a un destino desgarrador: durante tres generaciones han cultivado la tierra que solo les pertenece por un acuerdo de palabra nunca llevado al documento. Los herederos del lugar quieren terminar con esa agricultura artesanal que el mundo industrial no respeta y lo piensan arrasar con la tecnología de paneles de energía solar. En esa casa que si les pertenece, donde conviven los abuelos, los hijos ya casados, los nietos de distintas edades, con un estilo de vida encantador, con sus trabajos y sus días, la noticia del final tan temido no provoca una conmoción inmediata. Pero las reacciones particulares no se hacen esperar, revelando secretos y angustias. Pero a la vez, el ritmo de la vida en familia se sostiene, hay conversaciones sobre recetas, chismes de pueblo, injusticias entre hermanos, y la seducción innegable de una forma de vivir de intensidad bucólica, de una convivencia campestre por momentos idílica y envidiable. Todo el detalle de los juegos infantiles, de las vergüenzas preadolescentes, de los bailes en las discotecas, las siestas, la comunicación con una naturaleza pródiga, rezuman naturalidad y vitalidad.