Es un policial que tiene lazos inquietantes entre las relaciones del poder, la corrupción y la religión. Y además se desarrolla lo que para nosotros es un ambiente exótico. Aunque la película del realizador Tarik Saleh se filmó en Turquía y Suecia, la acción transcurre en la histórica mezquita de El Cairo, Al-Azhar, el centro de enseñanza del islam sunita. Hasta allí llega el hijo de un pescador, de una familia muy humilde que ha sido seleccionado como estudiante. Un honor que celebra porque se supone que sale de su destino marcado. Sin embargo en ese lugar de estudio se verá mezclado en una trama de espías, obligado a ser un corre ve y dile entre los distintos sectores en lucha y a presenciar que para el poder dictatorial de Egipto no hay límites para imponer su voluntad. También es una trama muy bien urdida que nos permite seguir esa mirada sobre el crecimiento de un chico inocente que adquiere una inteligencia al servicio de sobrevivir a amenazas no solo para él sino para su padre. En ese ámbito donde se supone que solo interesan los temas sagrados y la discusión de las escrituras, la pelea para imponer voluntades y candidatos de conductores espirituales es a matar o morir. El protagonista se relaciones con un agente de seguridad que le impondrá un impresionante juego del gato y el ratón, donde nadie estará seguro de nada. Una mirada inteligente del director que también escribió el guión y apuntes de situaciones tan impensadas para el mundo occidental como una competencia que se parece a una batalla de rap pero en realidad es recitando de memoria de los versículos de El Corán. Una mirada critica a nuestro mundo y hacia los distintos sectores en pugna. El sordo ruido de los intereses en juego, la danza macabra de la que nadie quisiera participar.