Es una película de apuesta audaz, riesgosa, distinta de otros intentos de ciencia ficción y terror en nuestro medio. Y eso ya merece un reconocimiento. Con guión y dirección de Matías Rispau, el realizador nos presentar un mundo post-apocalíptico, invadido por seres que vienen del espacio exterior, que sumen al protagonista en un mundo oscuro, lluvioso, el fin de una era inapelable, como lo hubiera imaginado Lovecraft. Un cielo negro, explosiones, gritos y gemidos, un caos constante casi sin salida aunque nuestro protagonista corra sin pausa sin saber si existe una fuga. Tiene una cita en el fondo del abismo. Los recursos narrativos del director mas una fotografía excepcional subrayan la desesperación de quien es capaz de todo por un poco de agua potable, algún alimento, y por sobre todo encontrar una batería a cualquier precio para poder utilizar un auto en su soñada escapatoria. Algunos sustos bien logrados, algunas visualizaciones de lo monstruoso nos permiten entrar en clima. Pero no se logra una gran empatía con los protagonistas, el espectador espía desde afuera, fascinado pero no tentado o temeroso por ese infierno. Es bueno el intento de poner lo familiar y los recuerdos con audios y grabaciones aunque no alcancen su intención. Pero la propuesta creativa y la valentía para llevarla a cabo con gran técnica, merece el elogio.