El título no es preciso ni remite a la concepción católica del ritual. Aquí la buena película de terror, escrita y dirigida por Keith Thomas, se mete con la cultura religiosa judía ortodoxa. Y con el papel de un “shomer” un vigía que se debe quedarse al lado de alguien que ha muerto, para acompañarlo en la larga noche anterior a su entierro. En este caso, ante la ausencia de familiares, con una viuda anciana y enferma, se contrata a un joven judío con problemas económicos. Un trabajo de último momento, porque el que iba a realizarlo huyó despavorido. En esa noche, mas con efectos sonoros y pocos trucos se alcanza la tensión con la explotación del pasado tanto del muerto como del cuidador. Es que el demonio en cuestión se alimenta de dolores y culpas no resueltas y aquí hay material para eso. Y medio de costado se tocan temas de discriminación, de adaptación a nuevos estilos de vida, de la presión de los representantes más tradicionales que quieren imponerse y de las dificultades de un país tan distinto con capas violentas. Aquí se trata m{as que nada de mantener la tensión, de no abusar de los efectos tan conocidos y sobresaltar con lo que queda bastante fuera de campo.