En este film del talentoso Gustavo Fontán alguien canta un tango y se olvida la letra. Un símbolo más de la película donde la memoria de los sentimientos y el olvido confluyen en ese no-lugar que es una terminal de ómnibus, en este caso La Falda, en Córdoba. El sitio para bienvenidas y adioses. Para la espera de ese tiempo puesto entre pausas. EL punto de partida, de huída, de reencuentro, de rutina, de luces y sombras. Un viaje largo del día hacia la noche captado con maestría por alguien con ideas artísticas muy claras, plasmadas por la luz que le otorga el director de fotografía Ezequiel Salinas, y las voces captadas por el sonidista Atilio Sánchez, el equipo creativo de Fontán. La vida de quienes confluyen en ese lugar, desde guardias y encargados de limpieza, vendedores, niños y adultos, perros y gatos. Y las maravillosas confesiones de voces en off que cuentan de amores, no cualquier amor, aquellos que quedan clavados en la memoria y que crecen en nuestra imaginación a partir, quizás, de una sola frase. Amores que resisten el paso del tiempo. Una mirada del devenir humano en una experiencia para los sentidos, poesía encontrada en gestos, rituales diarios, imágenes del cansancio de años, de juego robado. Un hermoso trabajo.
LA TERMINAL
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