Ya el título nos invita a pensar que hay una intriga, que enseguida tiene una pista, el protagonista, el siempre carismático Russell Crowe, padece de una pérdida de memoria severa, pero se ha sometido a un tratamiento experimental. La doctora le indica nada de alcohol y armar rompecabezas. Él cumple en su solitario departamento lleno de carteles que le “recuerdan” lo elemental, su nombre, para que sirve la heladera, como alimentarse y como vestirse. Una suerte de “Memento”. Enseguida llega un entretenimiento mejor, lo contacta una asociación que defiende a presos que sentencia de muerte. El protagonista fue uno de los policías que ayudó a su detención, pero cuando entrevista al condenado, siente que es sincero en proclamar su inocencia. A partir de allí comienza una trama llena de vueltas de tuerca que se complican una y otra vez, entre triángulos amorosos, ex combatientes de Irak, una mujer más que enigmática, un ex compañero de la policía, y evidencia que surge y se anula una y otra vez, hasta el imprevisible final. Entre muertos y sangre, tanta complicación abruma pero hay que reconocer que aunque fatigosa, no se puede dejar de verla. Acompañan al gran Russell, Karen Guillian Martin Csokas, Thomas MN. Wright, Harry Greenwood y Tommy Flanagan