A cuarenta años del estreno de la primera de la saga, que causó sensación con el joven
actor famoso por participar de Saturday Night Live, y que lo convirtió en estrella,
derribando el mito que un protagonico a cargo de un afroamericano no era taquillero,
inauguró también un subgénero muy exitoso. Se trataba de combinar dos policías
amigos, con un poco de amor y muchas escenas de acción deslumbrantes. A treinta
años de la tercera y olvidable de la serie, esta cuarta película parece especialmente
diseñada para espectadores nostálgicos que rondan los cuarenta, y que recuerdan con
especial cariño al personaje. Es una muy correcta versión que plantea una vuelta a los
orígenes, pero sin grandes innovaciones. Lo distinto y no muy explotado es la relación
del protagonista con su hija con la que tuvo nula relación desde que su matrimonio
terminó. Un amigo del pasado le advierte que la prestigiosa abogada en que se
convirtió su niña esta en un caso pro bono que pone al rojo vivo a la corrupción
policial. Consciente de que lo esperan no pocos reproches el papá se sube al primer
avión para proteger a una mujer que no lo quiere. También se encontrará con caras
nuevas en la fuerza: el elegante y sospechoso capitán de la división narcóticos
encarnado por Kevin Bacon y el muy serio, ex amante de su hija, que compone Joseph
Gordon-Levitt. De las casi dos horas que dura la película la mitad está dedicada a
buenas escenas de acción que no todas son innovadoras pero entretienen. Lo
suficiente para los fans de antes y con la ambición de cosechar nuevos adeptos.
Porque Eddie Murphy quiere seguir estando suelto en Hollywood.
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