Una película que aunque no es perfecta tienen los ingredientes necesarios para entretenernos e inquietarnos. Se supone que es el tiempo real de lo ocurrido en un programa de televisión de los 70, conducido por un eterno segundón que nunca ganó un Emmy y que está a punto de quedarse sin programa. Por eso decide literalmente vender su alma al satánico rating. El y sus productores arman un programa en festejo de Halloween, con la desesperación de sobrevivir. Por eso convocan a un médium, a un escéptico, a una especie de terapeuta y por supuesto a una jovencita poseída que cambia su dulzura a la amenaza en segundos. La idea es que el espectador crea en este falso programa y se sienta como los que lo miraban por la tele en tiempo real, pero con el plus de ver también que pasa en el estudio cuando están las pausas comerciales (quizás lo menos logrado técnicamente) pero de gran impacto. Los hermanos Colin y Cameron Cairnes le sacan el jugo a esta idea bien planteada que de paso muestra una realidad de la tele y su tremenda exigencia de éxito. Mantiene la tensión en todo momento.