El regreso del terror galáctico y claustrofóbico a la vez, de la mano del talentoso director uruguayo, Fede Álvarez, con su habitual guionista Rodrigo Sayaguez tiene los suficientes aliens xenomorfos de sangre corrosiva, mas los abrazadores de caras mortíferos, babosos y siniestros como para conformar a los fans y lograr nuevos seguidores. No en vano el director admitió que su objetivo es que los padres que se asustaron con la primera de Ridley Scott lleven a sus hijos para iniciarlos en el género con escenas que rinden tributo a esas del pasado. La película se ubica entre la original de Scott y la secuela de James Cameron y hace que nos olvidemos de preculas y otros engendros. Hay una mirada terrible a un capitalismo extremo que se practica en el 2142, en una colonia minera donde las enfermedades respiratorias, la falta de sol, las tormentas de granizo hace que una población muy joven de veinteañeros sean huérfanos y se rebelen con esas condiciones extremas de vida sin esperanza. No hacen falta los monstruos para encontrar la muerte muy rápido. El grupo liderado por la empeñosa Cailee Spaeny (sucesora de Ripley y haciendo mérito contra la sombra de Sigourney Weaver) tiene la típica variedad racial, latino, asiática, afroamericana políticamente correcta. Son personajes que salvo dos, carecen de desarrollo. La protagonista y su robot personal (David Johnsson) que casi tiene dos roles. Encontrarse con una estación espacial abandonada con su carga infernal y además, con un tiempo límite porque se estrella en poco tiempo, le permite al realizador manejar todos los hilos frenéticos de la acción, la huida, el suspenso. Los aliens son un plato aparte, porque además de poner explícitamente los planes de la empresa, Alvarez no le teme a pisar el acelerador a fondo con lo que son, en las formas fálicas y vaginales, con ataques tremendos que nos hacen acordar a aquella primera vez de la franquicia. Hay cosas discutibles, sorpresas que pueden gustar o no, pero la mesa está servida para los monstruoso y entretenido y vale la pena.