Es de esas películas destinadas a la lágrima fácil, a la emoción en cada momento, a las definiciones de una filosofía cotidiana que resume la sabiduría de la vida en que los más importante es la familia y que el protagonista descuida sin importarle que todos estamos de paso en nuestra existencia. Morir por culpa propia desafiando un cálculo peligroso al cruzar un semáforo lleva al protagonista a una oficina atiborrada de gente que se niega a aceptar su nuevo status. Pero él, por un error de cálculo, tendrá una hora y treinta dos minutos para volver con los suyos. Un tiempo que en el film parece alargarse en situaciones donde todo se resume a ver a sus hijos, a su esposa y ser extrañamente atento. Aunque algunas vueltas de tuerca prometan otra cosa. Una simplista visión del drama humano reducida a las pequeñas cosas de la vida como fuente de todo esplendor existencial.