Cada vez que M. Night Shyamalan estrena fomenta una expectativa. Amado y criticado, no permite la indiferencia. En este caso adaptó (junto a Steve Desmond y Michael Sherman) con cambios importantes, el best seller “La cabaña del fin del mundo” de Paul Tremblay. Lo que plantea el argumento tiene que ver con muchos temas sobre el destino de la humanidad, la violencia, la discriminación, la falta de solidaridad, y debe contar con el convencimiento del espectador cuando en la segunda parte el planteo es místico y sangriento. Todo esto con la pericia del director para el relato, los encuadres llamativos, sus movimientos de cámara, la habilidad para los primeros planos. La primera parte instala el terror rápidamente: Una pareja gay y su hijita de origen chino (una actriz niña prodigiosa) están por un fin de semana en una cabaña junto al lago. La niña juega en el bosque cuando se le acerca un gigantón amigable y un grupito armados con elementos medievales, que invaden e inmovilizan a la familia. Lo peor llega cuando plantean que uno de los tres prisioneros debe sacrificarse para salvar la humanidad. Y mientras esa decisión no llega se inmolan de uno. ¿ Una banda de locos, fanáticos insalvables?,¿ una organización para de matar de oscuro origen racista?. Las posibilidades se barajan mientras la tele confirma el comienzo de desastres mundiales. Entrar en el artificio, dudar, descreer, es parte del entretenimiento en este relato de búsqueda de una suerte de nuevo Jesucristo para salvar el mundo. Buenos actores y un sorprendente Dave Bautista.