El dramaturgo y director Florian Zeller continúa con su trilogía sobre la salud mental. Pero así como en “El padre” existían escenas estremecedoras pero cohabitaban con un humor que permitían cierto escape al drama, aquí en el tema de la depresión profunda de un adolescente, eso no ocurre. Se repite el efecto demoledor en la estructura familiar cuando un miembro padece un mal casi sin remedio. En este caso un hombre divorciado, en la cumbre de su carrera profesional, casado por segunda vez, con un bebe recién nacido, debe afrontar lo que le ocurre a su hijo adolescente. Primero con la ilusión de ayudarlo fácilmente, y luego con un terrible camino de recuerdos que le hacen transitar dolores y recuerdos que permanecía tapados con tanto éxito laboral. Aunque no se lleva el título el mejor personaje por su complejidad y el talento que despliega Hugh Jackman es el más rico y conmovedor. Interpretar el derrumbe de un mundo perfecto- codearse con el poder, el amor por su joven mujer y pequeño niño, su aparente optimismo a toda prueba, es disfrutable. Con un personaje con pocos matices el joven Zen McGrath no le saca provecho a su rol, un chico desenganchado de la realidad y alejado de la emoción. Anthony Hopkins, encarna a un ser brutal y brilla en su pequeña interversion como lo hacen los grandes.