Un barrio de monoblocks de Corrientes donde se crio esta talentosa directora, le permite con un inigualable sentido de pertenencia usar ese escenario y gente relacionada con él para mostrar al mundo el despertar irrefrenable del deseo. Pero no es solo eso. En Las Mil, con sus casas estrechas donde el espacio siempre es un problema, con sus calles oscuras y placitas, fluye la vida a borbotones, con ternuras y violencias, pero nunca se mira con desprecio o conmiseración. Hay una fuerza que se impone, que pide vivir en libertad, con respeto, en un ambiente donde el mundo adulto casi siempre está fuera de campo o interviene tratando de tapar con chismes y preconceptos la pulsión de irrefrenable de la vida. Todos los conceptos están en el tapete, las decisiones sobre el cuerpo, las elecciones de salud y de vida, los abusos, la vergüenza, la franqueza, los mínimos lugares donde vivir no resulta peligroso. La directora muestra una comprensión de la naturaleza joven, de los vínculos, del amor entre hermanos, de acciones despreciables en manada, del ejercicio de la cercana adultez con una pericia espléndida. Cuerpos y mentes en acción casi frenética, para la libertad hasta las últimas consecuencias, para transitar la vida. Actores de una entrega total, una cámara inquieta que por momentos se asemeja a un registro documental, una fotografía que remarca las características del lugar. Una directora para tener muy en cuenta.
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