Es nada menos que una historia de amor que se termina, entre dos hombres que pasaron una vida juntos y que saben que una enfermedad letal le pondrá fin a una relación de “toda una vida”. No importa tanto la intriga, más un twist en la historia que no exagera el suspenso, sino la manera en que el director y guionista decidió contar este largo adiós. Harry Macqueen no solo eligió mostrarnos como se gesta el final de la historia entre un pianista casi retirado y un novelista exitoso, astrónomo aficionado, sino que contó con dos intérpretes de lujo. Tanto Colin Firth como Stanley Tucci están en el punto más alto de sus capacidades. Siempre fueron talentosos, pero en esta ocasión la empatía de los actores, la entrega hacia los personajes no solo el conmovedora, son realmente la película que hay ver. Ellos decidieron intercambiar roles en la elección primera del director y no se equivocaron. Cada uno de los protagonistas, son hombres refinados, educados, que no quieren engañarse sobre lo que les espera. No solo van hacia la familia y los amigos de siempre en una reunión que suena a despedida, eligen la inteligencia, la discreción y el enfrentarse a unos abismos inevitables, enteros y conscientes. No es un film que acuda a la lágrima fácil, que está ahí asomando, aquí abundan los diálogos inteligentes, la belleza de los paisajes y la música, los pequeños y grandes gestos y sobre todo en ese amor que se tienen esos hombres puesto a prueba en la comprensión y la aceptación.
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