En el segundo largometraje Majo Staffolani se repite en la calidad y el compromiso. En este caso es la historia de un descubrimiento. Un hombre en la medianía de su edad siente el despertar del deseo por otro hombre joven y se deja llevar con libertad. Y es esa pulsión la que lo lleva a una satisfacción desconocida, a una vida que nunca imaginó. Esos hombres, como dice la directora, no son ni arquetipos de lo que plantea un cine gay industrial, de cuerpos perfectos, ni tampoco de personas que andan proclamando por la vida lo que sienten, simplemente se dan la posibilidad de abrir otras puertas en sus vidas. Una historia de hombres contada por una mujer, que se inspiró en una historia familiar cercana, y con un equipo en un 95 por ciento de técnicas mujeres, habla de una verdadera declaración de principios hacer un cine que escapa a los rótulos, que solo puede ser considerado de calidad, sin etiquetar su temática. Los protagonistas son excelentes. Carlo Argento se luce con mil sutilezas expresadas con gestos mínimos pero significativos siempre. Gastón Cocchiarale como siempre le pone intensidad y talento, como en todos sus trabajos.
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