Una película valiosa por muchos motivos. Está basada en la una de las diez obras teatrales de August Wilson que las escribió inspirado en las injusticias de la experiencia afroamericana en EEUU. Denzel Washington es uno de los productores, dirige George Wolfe sobre un guión de Ruben Santiago-Hudson que centra la acción en una sesión de grabación, de la mítica cantante Ma Rainey y su banda. Con una comprensión cabal del carácter coral de la obra pero donde cada personaje posee individualidad, carnadura, profundidad para contar su experiencia de lucha, injusticia, ambición, creencias, vivencias en un mundo cruel. El gran protagonista es un trompetista lleno de sueños pero también de dolor que no se conforma con ser el músico de la banda, quiere protagonismo, independencia, creación. Con ese personaje Chadwick Boseman hace un trabajo conmovedor, de una entrega donde parece que se juega la vida, fue su último labor y su nombre suena como ganador de un Oscar póstumo. Viola Davis, hace una composición vibrante, de trágica presencia, imperiosa, dueña de sí misma pero siempre consciente, como todos los demás personajes, sobre el verdadero papel que juegan realmente en un mundo dominante blanco. Todo el elenco brilla, con las creaciones de Braford Marsalis, y la producción es una reunión de talentos. La música es otra protagonista y la explicación de lo que significa el blues para ellos, a cargo de Davis es reveladora y exacta: “es una manera de encontrarle sentido a la vida” dice emocionada. Un filme para no perderlo, para disfrutarlo del principio al fin, con su carga trágica, de ecos contemporáneos, su tensión en constante aumento, sus estallidos y toda su humanidad.
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