Es según palabras del director, Martín Sola, la segunda parte de una trilogía que comenzó con “Palestina”, sigue con el presente film y continúa con “Tibet”, que reflexionan sobre los pueblos que viven en sus propias tierras, pero sin soberanía. En este caso la exploración de cómo el pueblo checheno sobrevivió a la guerra, a las deportaciones, a las presiones de un estado dominante, desemboca en la religión como tabla de salvación. Porque además de los testimonios dolientes de integrantes de una sociedad, que difícilmente se abran a confesiones ante extraños, se suman los rostros, la mirada interrogante, la ciudad moderna conviviendo con el cuerpo tradicional. Pero la vida de escape emocional esta dada por el Zirk una danza ritual, monótona e intensa, incomprensible para los no creyentes, pero fascinante, extasiadota y curativa para quienes la practican, que entran en comunidad con sus muertos y sus creencias. La cámara siempre respetuosa registra ese ritual, corazón de sus creencias musulmanas sufies. Un interesante trabajo.