Clint Eastwood sigue siendo personal y maestro en cuanto a contar historias e instalar lo medular de lo que le ocurre a su protagonista. Como en sus cinco últimas películas, se centra aquí otra vez en un hombre común que hace cosas extraordinarias en hechos límite. Y los analiza como solo él sabe hacerlo. Como ocurrió con el caso del filme “Sully” un héroe, que es sometido a un juicio despiadado por su compañía aérea. Aquí Richard Jewell evitó una tragedia terrible en un atentado terrorista en los Juegos Olímpicos de Verano de 1996. Primero festejado como un héroe, luego acusado como autor material, cuando se filtró a la prensa una línea de investigación de FBI. Fue “linchado mediáticamente”. La mirada de Eastwood y del autor del guión Billy Ray (“Los juegos del Hambre”), es crítica y feroz. Muy a contramano de la valoración que se hace por tradición sobre el cuarto poder. El protagonista, un aspirante a policía que “todas las noche lee el código penal” que se desempeña sin suerte como empleado de seguridad, es aspiracionalmente un ciudadano ejemplar, pero demasiado intenso en prevención del mal, invasor, de pocas luces, de gran poder de observación, coleccionista de armas, obsesivo en el entrenamiento de tiro. Todas características que de un soplo lo transforman en un terrorista que quiere ser mimado como falso héroe. Una reportera ávida e inescrupulosa, consigue la primicia y comienza el calvario para Jewell y su madre. Los actores son perfectos. Comenzando por Paul Walter Hauser como protagonista, acompañado por Sam Rockwell, Olivia Wilde, Jon Hamm y la maravillosa Kathy Bates, le dan al film un brillo único.